La espada de Zelmis
Zelmis era una joven que se crio en el palacio de Sarmizegetusa, en Dacia. En esta región de los Cárpatos, las sociedades eran guerreras y muy acostumbradas a defender sus tierras de los afanes de expansión de los ejércitos romanos. Nunca consiguieron someterles. La razón era que eran bravos guerreros y muy preparados. Todos los días, su padre, les enseñaba a luchar con la espada; ya que provenían de una saga de bravos combatientes en las que los padres tenían la obligación de instruir en las armas, tanto a sus hijos varones, como a sus hijas. Muchas de ellas eran nombradas Generales por sus grandes dotes en la batalla.
Comosicre, hijo de Comosicus, Rey de Dacia; tenía tres hijas: Zelmis, Tálmix y Agánix. Todos los días, sin excusas, les imponía un tiempo de dedicación al noble arte de la lucha con espada. La mayor, Zelmis, siempre perdía las batallas contra su hermana menor Tálmix, lo cual decepcionaba mucho a su padre. Él sabía que, en caso de guerra, solo tendría dos opciones: o no enviarla, con la consiguiente pérdida de estatus social que ello acarrearía o enviarla y que no volviera.
Uno de los días, harta de no ganar ninguna lucha con su hermana, se dio cuenta de que la corpulencia de la menor la hacía dominar la espada con más velocidad debido a la velocidad que la otorgaba el tener más fuerza física. Y, también, que parecía no cansarse cuando a Zelmis ya le dolían los brazos tras las duras acometidas de su hermana. A escondidas de su padre, decidió fabricarse una espada nueva, idéntica a la anterior, pero mucho más ligera. Fue a la biblioteca de Sarmizegetusa y estudió los materiales metálicos más resistentes y menos pesados.
Para evaluar el peso que tendría que tener la nueva espada, puso piedras de distintos tamaños en una mesa e hizo ejercicios con ellas hasta que determinó cuál era la que podía mover, por largo rato, sin que se le cansara el brazo. Hizo construir una espada de ese peso y logró empezar a ganarle algunas luchas a su hermana, ante el regocijo de su padre. Después, e ilusionada, evaluó cuál era la razón por la que todavía perdía algunas. El dolor le dio la clave. La espada de la hermana, al tener más peso, hacía que tuviera que amortiguar el golpe seco del arma con su muñeca, que se resentía, si la confrontación se alargaba durante mucho rato.
Llamó a un profesor de matemáticas para que la ayudara a averiguar el tamaño que tenía que tener el mango, que consiguiera que su muñeca aguantara las embestidas. Después de hacer los cálculos oportunos, tomando como referencia los tamaños de la palma de la mano y los grados del giro en el que se produce el dolor, hicieron que los certeros golpes de su hermana se amortiguaran indoloros. Su padre se sintió orgulloso al ver que Zelmis ya ganaba todas las batallas. También empezó a emplear trucos con su sabiduría natural, como aprovechar a atacar cuando el sol daba de frente a su hermana y tardaba más en reaccionar, aprovechar la velocidad que le daba el bajo peso de su espada para cambiar el movimiento de la misma en pleno aire, y muchos más que se fue inventando con sus dotes para la improvisación.
Una mañana le hizo prometer a su padre que, si le contaba el secreto de cómo había conseguido las victorias, le tendría que contratar al matemático para que creara una escuela para las jóvenes de la ciudad, incluida ella. Lo hicieron y ella creció siendo una gran matemática. Su fama trascendió fuera de Sarmizegetusa, hasta tal punto que una vez vino un joven a pedirle que le hiciera ciertos cálculos sobre los movimientos de las estrellas. Ese campo, que era nuevo para ella y nunca lo había estudiado, le pareció un reto motivador y lo aceptó.
Montaron un estudio con observatorio en la parte alta del palacio. Pasaban juntos muchas horas, mientras descubrían el universo y estudiaban las fórmulas de los movimientos celestes. Con el tiempo, fueron fundiéndose hasta que, aun siendo demasiado joven, Zelmis se casó con el investigador de las estrellas, al que su padre acogió como un hijo, el astrónomo Melchor.